¿Por qué aprender entonces?
Por aceptación de una obligación sin escapatoria o por un deseo singular genuino. Son dos alternativas polares que se suelen combinar en distintas proporciones.
Para que estas relaciones con objetos de conocimiento se vuelvan experiencias significativas se tienen que inscribir en un proyecto subjetivo, en donde el placer esté ligado a una conquista simbólica sin ninguna seguridad anticipada. Es este un camino difícil que exige reconocer lo que aun no se sabe y no se tiene, y sostener que la apuesta de recorrer ese laberinto depara alguna satisfacción posible. Esta apuesta incluye una dimensión temporal donde hay un reconocimiento de conflictos en el presente para los que se pueden construir estrategias de resolución futura.
Algunos niños y adolescentes no aprenden porque no han podido construir los recursos subjetivos necesarios para lanzarse a esa aventura. En estas problemáticas se ubica nuestro trabajo terapéutico, construyendo un espacio clínico destinado a desarmar la situación alienante en la que se encuentran y abrir nuevos caminos de simbolización.
Estas dificultades subjetivas singulares se producen en el entramado de las culturas a las que pertenecen. La subjetividad es una producción cultural y sus problemas llevan la marca de las características de su época histórica.
En nuestra época conviven novedades culturales revolucionarias que provocan profundas transformaciones de las representaciones del espacio y el tiempo, ligadas fundamentalmente al uso de nuevas tecnologías, que favorecen el reconocimiento de la contingencia de los saberes y la relatividad de los modelos de interpretación de la realidad.
Castoriadis (2005, 78) señalaba que “la vida comprende e implica la precariedad del sentido en continuo suspenso, la precariedad de los objetos investidos, la precariedad de las actividades investidas y del sentido del que las hemos dotado”. El reconocimiento de esta dimensión de incertidumbre de los sentidos que la cultura construye, habilita un espacio potencial inédito para la curiosidad, el cuestionamiento y la interrogación. Nos podemos preguntar por procesos que en otros períodos históricos eran impensables. Cualquier fragmento de la realidad puede ser analizado y nos podemos tomar inclusive a nosotros mismos como objetos de investigación. Pero esa dimensión de incertidumbre también conduce a veces a la convivencia acrítica con la diversidad, caracterizada por una falsa democracia, de coexistencia simultánea, que lo que evita en realidad es el reconocimiento de los conflictos subyacentes. Cuando todo puede convivir sin reflexión, las contradicciones se desvanecen y se genera la ilusión de que los problemas se disuelven o por lo menos se postergan.
Se trata de una época de fragmentaciones múltiples en donde la pérdida de certezas va acompañada de la pérdida de memoria y de cuestionamiento. Por ejemplo, el torrente de acontecimientos impactantes a cualquier escala, conocidos simultáneamente en su irrupción, con independencia de su distancia geográfica, genera un reconocimiento de la envergadura de sus efectos en nuestra experiencia subjetiva que amplía enormemente el espectro de nuestra reflexión, pero también desorienta y obnubila, dificultando su elaboración. Se inscriben al mismo tiempo como espectáculos y hechos traumáticos, generando una subjetividad avasallada por un torbellino y que no puede responder con sus recursos simbólicos.
Cada época produce sus patologías; la nuestra se caracteriza por los déficits de simbolización que vuelven extrañas las propias emociones y pensamientos, produciendo una angustia sin dirección que necesita ser calmada rápidamente. Los conflictos se transforman en síntomas inabordables e insoportables para los que existe un fármaco apropiado. Es una época de déficits atencionales y trastornos de ansiedad, somatizaciones y depresiones, que son tratados como molestias desagradables a extirpar, sin el análisis de las causas que los provocan.
La subjetividad trabaja produciendo enlaces históricos que le dan sentido a aquello que en el presente es significado como un obstáculo, cuando existen acuerdos culturales implícitos que sostienen la esperanza de una transformación. Cuando esos acuerdos se rompen, se pierde el fundamento del trabajo de simbolización. Se produce una violencia sobre el psiquismo que altera la productividad subjetiva del pensamiento, limitando la apertura a la interrogación por lo desconocido, significado como peligroso, amenazante y destructivo. Se preserva un intento de estabilidad evitando desear aquello que es significado como imposible. Por eso, para indagar en las problemáticas de simbolización es necesario articular los factores culturales con los subjetivos, en sus dimensiones singulares y plurales, sin perder sus especificidades pero tampoco sus interrelaciones y sin intentar subsumir unos a otros.
Nuestra apuesta de trabajo es sostener la complejidad de estos procesos en estudio; no reducirlos a dimensiones aisladas, sino articularlos de un modo productivo en una lógica de la heterogeneidad en que la diversidad pueda dar lugar al conflicto y la transformación, generando nuevos caminos de elaboración simbólica.
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