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Actividad representativa y problemática afectiva

GreenEl psicoanálisis contemporáneo produce articulaciones novedosas a partir de los desarrollos post-freudianos que permiten superar viejas antinomias entre las prevalencias de las dimensiones pulsionales u objetales o entre la importancia del trabajo representativo y la dinámica afectiva. 

En este sentido, Green (1995, 25) define el concepto de “pulsión” como fuerza psíquica originaria que opera como matriz del sujeto, otorgándole fuerza y direccionalidad. Desde este enfoque, el sujeto es concebido como resultante de un trabajo incesante en relación con esa fuerza que intenta conducir y que lo conduce, constituyéndose en la causa última de su actividad; por eso mismo, el lugar y la función del objeto es fundamental. 

La complejidad de las relaciones entre pulsión y objeto permite reubicar las funciones del trabajo representativo para metabolizar el afecto. 

La diversidad de formas de articulación del afecto en el trabajo representativo plantea alcances diferentes de sus funciones, que abarcan desde el quantum de energía psíquica indispensable para investir el proceso, pasando por los límites de cualificación necesarios para que sea representable, hasta su irrupción directa obstaculizando su metabolización y amenazando el equilibrio psíquico. Su funcionamiento establece una continuidad entre cuerpo y psiquismo caracterizado por las modalidades de ligazón - desligazón - religazón, que establecen posibilidades de combinatoria diferentes que la representación. 

Al poner en relación la problemática de la metabolización del afecto con la complejidad de los trabajos de representación, se abren caminos de indagación clínica sobre los problemas de simbolización que permiten construir hipótesis acerca de las dificultades para elaborar caminos de satisfacción sustitutiva más sofisticados que las modalidades de descarga directa. Por esta razón, la dinámica de distribución selectiva del afecto plantea una tarea primordial para el psiquismo que afecta al alcance y los límites de lo simbolizable. Las modalidades más primarias de contención, como la sofocación, la inhibición o el aislamiento, desembocan en un trabajo representativo caracterizado por la proyección, que tiene como función enviar al exterior la carga afectiva que por su exceso amenaza la organización psíquica. Cuando este proceso no es posible, la carga afectiva se transforma en angustia que no se puede tramitar, derivando en fragmentación psíquica, somatizaciones, pasaje al acto, es decir, formas de fracaso del trabajo representativo que llevan al límite mínimo de simbolización.

Así, la clínica contemporánea expone los límites del trabajo de representación y sus fallas. Nuestra pregunta, entonces, es: ¿por qué fracasa el pensamiento para interpretar la problemática afectiva de una forma metabolizable para el sujeto?

La representación pierde su lugar garantizado como dato de base, como elemento originario del psiquismo, para ser conceptualizado como producto de un trabajo, una conquista que no tiene garantía, donde el conflicto, en última instancia, va a estar situado en la disyuntiva entre pulsión/ descarga o elaboración representativa. Así, la representación es solo un resultado posible de un complejo proceso que nada asegura. Este modelo procura dar cuenta del fracaso de la palabra, de la representación, de la interpretación, frente a la pulsión, a la compulsión repetitiva destructiva, al acto (agieren). 

Lo irrepresentable constituye una referencia central de este modelo en el que el acto ocupa el lugar que el paradigma del sueño tenía en el modelo anterior: ya no se trata de represión sino de destrucción del pensamiento. La relación del pensamiento con el lenguaje se vuelve más compleja, lo irrepresentable aparece como una dimensión que pone en jaque su función de creación de sentido con valor subjetivo, replanteando y, por tanto, haciendo más compleja también, la labor clínica centrada en la eficacia de la palabra.

Frente a esta problemática, es fundamental la ampliación del campo de la representación con respecto a diversas relaciones de la psique: con el cuerpo, con el otro semejante y con el mundo. Así, a partir de cada una de estas relaciones, de “materiales diferentes”, la psique va a producir distintos tipos de representaciones. El funcionamiento psíquico se define entonces por trabajar con materiales heterogéneos. La heterogeneidad es clave en esta reelaboración, donde la noción de límite cobra el valor de territorio de pasaje, es decir de transformación. Esta es una verdadera lógica de la heterogeneidad, es decir que no es aplicable un sistema homogéneo, sea la pulsión, el objeto, el lenguaje o cualquier dimensión parcial, para explicar todo el funcionamiento psíquico. Esta lógica plantea el esfuerzo de pensamiento de mantener la diversidad de dimensiones psíquicas en juego, y es en el mantenimiento del análisis de la especificidad de estas dimensiones y sus relaciones de conflicto y de pasajes, en donde se produce la riqueza y la productividad del pensamiento psicoanalítico tanto en la clínica como en la metapsicología.

El sentido proviene así de la transformación de un dato psíquico en otro, ya que cada vez que se pasa de un sistema al otro se gana y se pierde algo, no hay proceso acumulativo lineal. Hay un proceso discontinuo de transformación (Álvarez, 2012), es por eso que se propone esta lógica de la heterogeneidad en la que la diversidad de la representación da lugar al conflicto y a la transformación.

Entonces lo irrepresentable ya no es aquello no representado pero posible de serlo, no es aquello de lo que el sujeto no tiene conciencia en un momento dado, no es lo que no puede o no sabe decir en sesión simplemente. No se trata de representaciones que por estar ligadas a la fantasía inconsciente son reprimidas, sino por el contrario se trata de algo que no alcanza a vincularse. 

Así, lo irrepresentable remite tanto a las problemáticas de la representación como de la pulsión y, por consiguiente, a la cuestión de la ligazón, desligazón y religazón. Poniendo en el centro del trabajo representativo su oferta de mediación pulsional. 

En estas complejas relaciones entre los diversos trabajos representativos, la función de la representación de cosa asume un lugar jerarquizado en la propuesta de Green, que le adjudica una doble función de representatividad en tanto permite a la pulsión una ligadura y por eso funciona como puente, como eslabón sobre el que trabaja la simbolización. Porque crea una mediación entre el devenir pulsional y la metabolización que ofrece el lenguaje. 

Es decir, el trabajo de representación es la transformación del representante psíquico de la pulsión en una matriz de simbolización inconsciente. Gracias a la representación de cosa, el representante psíquico se liga, y esta entrada en la cadena de simbolización es un trabajo de creación psíquica, o sea que la representación de cosa funciona ligando, transformando, limitando y dando figuración a la energía pulsional.
Antagonismos pulsionales, alteridad radical de la pulsión con el sujeto y de las demandas pulsionales con el objeto, marcan un recorrido inaugural de conflictos entre la experiencia de satisfacción y sus huellas, su ausencia, las nuevas demandas de satisfacción y el reinvestimento de huellas, que ubica al trabajo representativo como una conquista psíquica que transforma y enriquece el alcance del intento de resolver la incompatibilidad. 

Sin las representaciones de cosa las mociones pulsionales no accederían a la condición de representaciones inconscientes. En este sentido, las representaciones inconscientes no son un dato de partida sino el producto de un trabajo. 

Esto es crucial para el trabajo clínico contemporáneo en el que un denominador común es la dificultad para que las representaciones puedan ligar la fuerza de las pulsiones, expresándose en diversas maneras de desimbolización empobrecedoras de los trabajos psíquicos. Son estas fallas de simbolización las que están en el centro de la problemática clínica: la representación de cosa inconsciente puede ser atacada o incluso abandonada por las pulsiones debido a la insuficiencia de trabajo psíquico, que es una falla en la función de ligadura, porque la reinvestidura conduce al dolor y por esto produce un trabajo activo de desligadura, de expulsión fuera del psiquismo. 

Realzar las dimensiones conflictivas nos permite analizar los procesos, profundizando en sus problemáticas. Y el reconocimiento de las problemáticas es el primer paso para plantearnos interrogantes que no excluyan las contradicciones sino que permitan enunciarlas para elaborarlas.

Los problemas de aprendizaje en la escuela pueden parecerse pero para cada niño y adolescente remite a la singularidad de su experiencia y a las modalidades construidas para su elaboración. Por eso es crucial partir de un modelo diagnóstico que permita investigar las diversas modalidades de simbolización que conviven en un mismo sujeto, a fin de construir hipótesis sobre aquellos trabajos psíquicos que generan problemas de simbolización, y así elaborar estrategias terapéuticas específicas para su transformación.

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