La Psicopedagogía Clínica y los problemas de aprendizaje
Algunos niños sufren distintas vicisitudes en su constitución psíquica que los conducen a formas restrictivas de producción simbólica. El fracaso escolar aparece entonces como una consecuencia que socialmente pone en evidencia dificultades de orden subjetivo (Schlemenson, 2004). Cuando este fracaso cristaliza en dificultades de aprendizaje, la intervención clínica se hace necesaria. La Psicopedagogía Clínica intenta en esos casos conceptualizar los procesos psíquicos que sostienen las formas singulares de producción simbólica, para intervenir en ellos. Dicha intervención apunta a que el sujeto construya en el espacio clínico nuevas modalidades de encuentro con los objetos y con su propio mundo interno que le posibiliten formas de apropiarse subjetivamente de los conocimientos de un modo creativo, crítico y activo (Schlemenson y Grunin, 2014).
Concebir de esta manera la clínica psicopedagógica implica cuestionar, como sosteníamos anteriormente, los supuestos de la escisión filosófica que domina en algunas de las tradiciones clínicas y teóricas que abordan los problemas de aprendizaje partiendo de dualismos como sujeto-objeto, afectos-razón, cuerpo-psique, individual-social, etc., a partir de los cuales el aprendizaje escolar queda reducido a un resultado de supuestas “facultades” o “habilidades” cognitivas independientes. La complejidad de los procesos psíquicos comprometidos en el aprendizaje supone que los criterios de la lógica de la escisión no son aptos para responder a los interrogantes teóricos y a los problemas clínicos que se plantean. En ese sentido, la Psicopedagogía Clínica se propone comprender el aprendizaje inscribiéndolo en la dinámica psíquica en su conjunto, dinámica que involucra dimensiones intra-psíquicas a la vez que intersubjetivas.
Aprender es un proceso complejo que no involucra solamente los procesos llamados “cognitivos” sino al sujeto en su totalidad. De ese modo, el abordaje psicopedagógico requiere comprender las formas singulares con las que el sujeto construye sus modos de representación del mundo, de los otros y de sí mismo. Estas formas singulares se enraízan en la dinámica inconsciente y pulsional que sostiene el investimento del sujeto en relación con los objetos culturales, articulando afectos y representaciones.
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