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Aspectos proyectivos del discurso

Aspectos proyectivos del discursoNuestro trabajo parte del reconocimiento de una distancia, una fractura, entre la heterogeneidad de la actividad psíquica  y la dimensión simbólica del lenguaje. 

La inmadurez del infans y el largo proceso de adquisición del lenguaje abren esa brecha entre lo sexual y lo verbal e impiden que el desfase entre ambos sea salvado alguna vez, más que por una traducción siempre limitada y defectuosa (Kristeva 1998).
Establecemos entonces una relación entre despliegue discursivo y un objeto extralinguístico particular que es la pulsión,  desencadenante del complejo proceso psíquico que se despliega como actividad de representación. 

La pulsión como exigencia de trabajo impuesta a lo psíquico nos permite incluir en nuestro análisis de los límites de lo representable a través del lenguaje no sólo la relación con la actividad representativa inconsciente sino también la tendencia a la descarga directa en lo real, tanto en el acto como en lo somático. Y en este sentido, preguntarnos por la significación singular que asumen las restricciones que un niño presenta en su modalidad de despliegue discursivo por relación a su problemática histórica. 

Esta exigencia de trabajo que recae sobre la actividad representativa, genera inicialmente representaciones fundamentalmente figurativas, representaciones de cosa, que actúan con predominio de los procesos primarios de condensación y desplazamiento, al servicio del principio de placer-displacer, y que se convertirán a partir de la represión originaria en la modalidad de procesamiento psíquico  característica del inconsciente. Estas representaciones son producto de un trabajo psíquico activo y creador que sin embargo no está regulado por la organización que exige el lenguaje. 

Solo posteriormente la actividad representativa se hace más compleja, con nuevas formas de representaciones abiertas a las significaciones que aporta el lenguaje, regidas en consecuencia según sus reglas de organización, que caracterizan al pre-consciente, llamadas representaciones de palabra. 

Este complejo trabajo psíquico de articulación de representaciones, es decir la relación indispensable entre representación de cosa y de pulsión, y representación de cosa y de palabra, es indispensable para que la representación de palabra funcione abierta a los referentes externos y tenga al mismo tiempo sentido para el sujeto. 

Este proceso, solo posible a partir del progresivo acceso al lenguaje, requiere de un verdadero movimiento de investimento hacia esa oferta que exige un intrincado trabajo de mediaciones, pero que permite volver comunicable y transferible el trabajo de representación. 

Este investimento de símbolos que no presentan ninguna relación directa con los objetos de placer primarios, implica un verdadero trabajo de duelo. Duelo por la presencia efectiva del objeto, aceptación de una separación, de una ausencia, para que pueda producirse lo que Freud (1925) llamó esa capacidad humana de traer la cosa ante sí sin que esté necesariamente presente. 

Al respecto A. Green dice: “la ausencia no solo intenta alcanzar por identificación lo que no fue satisfecho, sino que efectúa de ese modo un comienzo de descorporización que inaugura las matrices del pensamiento” (Green, 1996). 

El lenguaje entonces se relaciona con el psiquismo como el recurso organizador que le permite producir simbólicamente. Trabajo de producción simbólica que Kristeva (1998) llama “significancia” es decir, esa experiencia de construcción de sentido que no se reduce al lenguaje pero que lo incluye como condición. 

En el recorrido que venimos realizando, sabemos que la nominación no se realiza sobre un objeto percibido en forma neutra, sino sobre un objeto que ha sido investido, que está cargado libidinalmente. Esta misma nominación comporta entonces una función de identificación porque resulta también una nominación sobre la relación y sobre el sujeto que la establece.
El proceso proyectivo no solo compromete el trabajo de construcción de enunciados por parte del yo, como modalidad defensiva que vuelve inconscientes aquellos enunciados que se convierten en conflictivos para su función de identificación, sino que está presente desde el inicio de la actividad representativa, constituyendo el recurso psíquico de la percepción. 

La proyección como proceso psíquico presente desde los orígenes nos plantea que percibir y proyectar en el inicio coinciden bajo la forma de actividad alucinatoria, y que solo posteriormente se diferenciarán por efecto de la insatisfacción que conduce a percibir al objeto por su ausencia. Así la producción imaginaria modela la experiencia sensorial partiendo del propio cuerpo como esquema de representación inconsciente. Esto nos permite interpretar en la clínica aquellos nudos de significaciones históricas que en cada sujeto le dan sentido singular a lo percibido y que presentan la insistencia y repetición de un modelo interpretativo de sí mismo y del mundo. 

Esta función primaria de la proyección desplegada profundamente por Samí Alí (1982), nos permite establecer una articulación entre la actividad representativa primaria predominantemente figurativa y la discursiva. 

Las láminas que componen el CAT (A) generan una estimulación dirigida a confrontar al niño con sus principales conflictivas (favoreciendo un posicionamiento regresivo) pero al mismo tiempo la consigna utilizada le pide que elabore ese impacto desplegando sus recursos simbólicos.

Al decirle: “Te voy a mostrar unas láminas, con cada una de ellas vas a tratar de inventar un cuento (o una historia), donde digas qué está pasando, qué crees que pasaba antes y qué piensas que pasará después,” le solicitamos la construcción de relatos organizados temporalmente, con un sentido comunicable. 

Por esta razón el análisis de la modalidad de construcción de estos discursos nos aporta conocimiento no solo sobre cuáles son aquellas conflictivas de mayor significación para este sujeto, sino también cuáles son sus recursos simbólicos de elaboración frente a ellas.

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