9. La relación de la niña con la madre

La relación de la niña con la madre

En los años 30 Freud retoma la cuestión de la sexualidad femenina en "Sobre la sexualidad femenina" (1931) y en la 33ª conferencia de las "Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis" (1932): "La feminidad". En esta nueva serie Freud se separa definitivamente del sustrato anatómico que planteaba en sus artículos anteriores y dice: “aquello que constituye la masculinidad o la feminidad es un carácter desconocido que la anatomía no puede aprehender.” Si bien hace corresponder nuevamente la feminidad con la predilección de metas pasivas, señala que no es idéntico a la pasividad, puesto que se necesita una gran dosis de actividad para alcanzar metas pasivas. Por otra parte, la orientación de sofocar su agresión volcando eróticamente las tendencias destructivas hacia el interior hace que el masoquismo sea "auténticamente femenino".

El punto de partida del artículo de 1931 es la pregunta que quedó pendiente en la serie de artículos anteriores: ¿Por qué se deshace el vínculo con la madre y se dirige al padre? Freud indica que gracias a la ayuda de psicoanalistas mujeres -como Jeanne Lamp de Groot, Helene Deutsch y Ruth Mack Brunswick-, que en el dispositivo analítico se vuelven el sustituto de la madre, pudo captar la existencia de un vínculo exclusivo, apasionado e hiperintenso con la madre durante la fase preedípica de la niña, que luego es transferido al padre. Sitúa la dificultad en captar los pormenores de esa fase en la acción de una represión particularmente intensa. 

Jeanne Lamp de Groot se ocupa del estudio de la neurosis en su artículo "La evolución del complejo de Edipo en la mujer" (1927), en particular del lazo amoroso precoz entre la madre y la hija, sobre la base del amor de transferencia que se produce en las mujeres estudiadas, que a su entender reproducen dicha relación. La paranoia es estudiada por Ruth Mack Brunswick -"Análisis de un caso de paranoia" (1928)- y enfatiza la relación de la paciente con la hermana mayor, que ocupa el lugar materno, tomando como punto de partida la tesis de la homosexualidad en la paranoia. Por último, Helene Deutsch, en su trabajo "La homosexualidad femenina" (1932), estudia la doble orientación del odio de la madre, tema que le resultaba particularmente próximo; después de todo, comienza su autobiografía expresando su odio hacia su madre. También señala cómo se reproduce la relación madre-hija en las relaciones homosexuales.

En el encaminamiento hacia la feminidad se produce un cambio de objeto -de la madre al padre- y un cambio de goce -predominio y pasaje de fines activos a fines pasivos (con la actividad que implica la pasividad)-. Esto marca una disimetría con el varón: el niño guarda su elección de objeto y trata de proteger su masculinidad.


En la relación preedípica de la niña con la madre coexisten fines pasivos y activos y es por completo ambivalente. En un primer momento aparecen los fines pasivos, al experimentar los cuidados de la madre. Aquí se forja la fantasía de la seducción de la madre. Luego se produce un primer cambio de la pasividad a la actividad.

Las pulsiones de fines activos son correlativas a la relación de la niña con la figura de la "madre fálica", expresión de la identificación de la niña con el objeto de deseo materno. Pero también se expresa en el deseo de la niña de darle un hijo a la madre como medio de obturar la falta en tener: en el vínculo libidinal con la madre se presenta con nitidez el deseo “de hacerle un hijo a la madre, así como su correspondiente, el de parirle un hijo, ambos pertenecientes al período fálico, bastante extraños.” 

Freud indica una serie de manifestaciones de la niña de esta relación de acuerdo a las distintas fases del recorrido libidinal que entran en la dialéctica de la demanda: la manifestación oral se traduce en la angustia de ser devorada; la anal, en estallidos de cólera; y la fálica, en la masturbación clitorideana en la que la niña toma fantasmáticamente a la madre como seductora. Junto con el viraje hacia la feminidad el fantasma de seducción se desplaza de la madre al padre, de donde surgen las fantasías de seducción del padre con las que Freud se enfrentó al comienzo de su trabajo con pacientes histéricas. Por otra parte, en la fase fálica aparece el rencor de la niña hacia su madre por impedirle su libre quehacer sexual, y, posteriormente, por el deber que cree tener la madre de proteger la castidad de la hija. La angustia de devoración, la cólera, el rencor, el reproche, que se producen en la relación cuerpo a cuerpo entre la madre y la hija, que no incluye la mediación paterna, preceden y cristalizan la figura del "odio de la madre", expresión del Penisneid.

Esta relación con la madre fálica culmina en la decepción y da lugar a la hostilidad: este amor está condenado a desembocar en el desengaño y dejar sitio a una actitud hostil. En la hostilidad hacia la madre existe una doble temporalidad, puesto que la rivalidad preedípica se distingue de la edípica: “Con la transferencia del deseo hijo-pene al padre, la niña ha ingresado en la situación del complejo de Edipo. La hostilidad a la madre, que no necesita ser creada como si fuera algo nuevo, experimenta ahora un gran refuerzo, pues deviene la rival que recibe del padre todo lo que la niña anhela de él.”

Freud enumera las razones del desengaño que matizan de distintas maneras el Penisneid: los celos, que indican la prevalencia imaginaria de esta relación; la falta de meta -insatisfacción- y la prohibición de la masturbación, con la indicación precisa de que la sexualidad de la niña se despierta en la relación cuerpo a cuerpo con la madre (estas dos cuestiones remiten al goce no fálico, suplementario -del que habla Lacan-, que se vehicula en la relación madre-hija); y la castración de la madre, que se traduce en la inscripción de la diferencia entre los sexos y en el reproche de no haberle dado un pene. 

En ese sentido, el Penisneid es el contrapunto de la castración de la madre en tanto que incluye la oposición falo-castración -que pone en marcha el pasaje de la falta en ser a la falta en tener-. El pasaje de la madre al padre queda relacionado con la supresión del amor y el refuerzo del odio hacia la madre. El término "odio de la madre" introduce la ambigüedad del genitivo "de": odio de la madre, experimentado por la hija; odio de la madre, sentido por la madre.


Al mencionar el nexo entre la etiología tanto de la histeria como de la paranoia con la relación particularmente estrecha entre la madre y la hija dice Freud: “Es que muy bien parece ser ése el germen de la angustia, sorprendente pero de regular emergencia, de ser asesinada (¿devorada?) por la madre. Cabe suponer que esa angustia corresponde a una hostilidad que en la niña se desarrolla contra la madre a consecuencia de las múltiples limitaciones de la educación y del cuidado del cuerpo. (…) Su actitud hostil hacia la madre no es una consecuencia de la rivalidad del complejo de Edipo, sino que proviene de la fase anterior, y halla sólo refuerzo y empleo en la situación edípica. (…) Hallamos los deseos agresivos orales y sádicos en la forma a que los constriñó una represión prematura: como angustia de ser asesinada por la madre, a su vez justificatoria del deseo de que la madre muera, cuando éste deviene consciente. No sabemos indicar cuán a menudo esta angustia frente a la madre se apuntala en una hostilidad inconsciente de la madre misma, colegida por la niña.”(“Sobre la sexualidad femenina”, pp. 229-239).

Estas observaciones permiten indicar que no se trata de un simple mecanismo de proyección o de reversibilidad imaginaria -aunque la agresividad narcisista esté en juego-que imposibilita determinar de dónde surge este odio: proyección del odio de la hija o captación del odio de la madre. Freud le da un valor estructural al "odio de la madre", expresión del Penisneid, motor del desplazamiento hacia el padre. Este odio sella la relación intensa, preedípica entre la niña y la madre. Relación que sienta las bases de la relación con el hombre, y de la cual muchas mujeres no se separan jamás.


Muñeca amish

 

El juego con las muñecas no es en un primer momento una expresión de la feminidad sino que traduce una identificación con la madre para sustituir la pasividad por actividad. “Sólo con aquel punto de arribo del deseo del pene, el hijo-muñeca deviene un hijo del padre y, desde ese momento, la más intensa meta de deseo femenina.” Freud indica que en la expresión "hijo del padre" muchas veces se pone el acento sobre el hijo y no sobre el padre. En realidad, la niña se vuelca hacia el padre esperando recibir el pene que no le fue dado por la madre, y luego se produce la sustitución hijo-pene -según la equivalencia simbólica-, siendo el pene el "deseo femenino" por excelencia. Es más, para Freud sólo la relación con el hijo varón le brinda a la madre una satisfacción perfecta, exenta de ambivalencias, pues le permite esperar de él la satisfacción de todo aquello que le quedó de su complejo de masculinidad.

 

La represión del goce fálico enlazado a la madre produce la emergencia de los fines pasivos relacionados con el padre y la constitución de la feminidad. La intensa dependencia de la mujer respecto de su padre es la heredera de esa intensa relación con la madre.


Existen distintos modos de tramitar la falta: el extrañamiento de la sexualidad (inhibición), el complejo de masculinidad y la salida femenina (que comporta tres posibilidades: la maternidad, la relación con el partenaire y la relación con el propio cuerpo). En cuanto a la inhibición, Freud señala el efecto de extrañamiento de la sexualidad que se puede producir en la mujer: “Más aún: era preciso admitir la posibilidad de que cierto número de personas de sexo femenino permanecieran atascadas en la ligazón-madre originaria y nunca produjeran una vuelta cabal hacia el varón.” En las "Nuevas conferencias..." Freud dice: “La hostilidad que se dejó atrás alcanza a la ligazón positiva y desborda sobre el nuevo objeto. El marido, que había heredado al padre, entra con el tiempo en posesión de la herencia materna.

Esta herencia materna se manifiesta de diversas maneras: en la repetición de la relación con la madre -por lo que augura una mejor relación en un segundo matrimonio-; en la confrontación con la maternidad: el marido la ve como madre, la mujer retoma antiguas identificaciones y continúa su antigua disputa a través del marido; y en la reproducción de la mala relación de los padres.