8. Complejo de Edipo y Penisneid
Durante mucho tiempo Freud consideró que la psicología de la mujer era análoga a la del hombre. El primer objeto de amor es para el niño la madre y rivaliza con el padre; la niña, simétricamente, toma como objeto de amor al padre y rivaliza con la madre. Ése es el criterio que prevalece en todos sus artículos anteriores a 1925. En 1905, en "Tres ensayos para una teoría sexual", Freud indicó el carácter masculino de la sexualidad de la niña y el pasaje necesario del clítoris a la vagina, como expresión del pasaje de la masculinidad a la feminidad. En 1909 señaló la relación entre la envidia al pene y el complejo de castración. Todo esto fue formulado tempranamente, pero las consecuencias de esta perspectiva las extrajo años después.
Todos sus historiales de mujeres anteriores guardan esta perspectiva, al punto que escribió un artículo denominado "Sobre un caso de paranoia que contradice la teoría psicoanalítica" (1915) en el que debía resolver el problema que le planteaba la elección de un perseguidor heterosexual -en lugar de uno homosexual, tal como lo plantea la teoría freudiana de la paranoia-. Freud encuentra el atajo de una relación que establece entre el perseguidor -en el lugar del padre- y una figura femenina -la anciana jefa con cabellos blancos como la madre- que indica la acción de un "complejo materno". Habla de la preexistencia de un complejo materno hiperintenso que opera desde la infancia. Esta afirmación es una anticipación de la relación primordial con la madre que puede obstaculizar la orientación hacia el hombre planteado por Freud en los años 30. Pero en este artículo es explicado en términos de la elección de objeto narcisista que determina la regresión libidinal en la paranoia.
La primera reformulación completa que Freud plantea acerca de la sexualidad femenina se encuentra en el artículo "Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos" (1925). Un año antes, en "El sepultamiento del complejo de Edipo" (1924), Freud comienza ya a hacer hincapié en el curso diferente de la sexualidad en la niña y el varón. Parte de la siguiente pregunta: ¿Por qué se reprime el complejo de Edipo? Si bien indica que en parte es el resultado de su "imposibilidad interna", su respuesta separa a la niña del niño.
La sexualidad infantil es masturbatoria y como tal responde a la descarga genital de la excitación sexual que pertenece al complejo. Puede expresarse bajo la forma sintomática de la enuresis. En realidad, el niño posee dos posibilidades de satisfacción, una activa, dirigida a la madre, que toma al padre como obstáculo, y otra pasiva, en la que quiere sustituir a la madre y hacerse amar por el padre. Con esta formulación Freud retoma el esquema del Edipo completo (directo e invertido) introducido en "El yo y el ello" (1923). Frente a ella, aparece la amenaza de castración de un agente exterior, que incluye la reversión imaginaria de los propios deseos agresivos hacia el progenitor. En un primer tiempo el niño no presta creencia a tal amenaza, amparado por sus teorías sexuales infantiles que anteceden a la confrontación con la diferencia entre los sexos. Por otra parte, las antiguas pérdidas (nacimiento, seno y excrementos) no pueden ser equiparadas con la castración: falta su asociación con la fase fálica. La inscripción de la castración de la madre conlleva una creencia retroactiva en la amenaza de castración; el desencadenamiento de la angustia de castración produce la salida del complejo de Edipo. Ante el conflicto, entre el interés narcisístico por el pene y el lazo libidinal con los padres se produce la desaparición del complejo de Edipo. En el lugar de las investiduras de objeto se produce una identificación con el padre.
En cuanto a la niña, para Freud el material es "oscuro y lagunoso" -queja que repetirá hasta 1925-. La diferencia esencial que establece es que para la niña la castración se presenta como un hecho cumplido: falta el motivo para salir del Edipo. En cambio, para el niño funciona el temor a su cumplimiento, es decir, la angustia de castración. Al igual que el niño, en un primer momento aparece la masturbación clitorideana (como sexualidad masculina). Simultáneamente, se construyen las teorías sexuales infantiles -"todos tienen un pene"- junto a la confrontación con la castración cumplida -"algunos lo perdieron"- que queda reabsorbida en las teorías sexuales infantiles. La niña espera recibir como regalo un hijo del padre, parirle un hijo, como sustituto del pene añorado, por la equivalencia simbólica niño = pene, y sale lentamente del Edipo. El complejo de castración se manifiesta en la niña como el miedo a la pérdida de amor. Freud retoma esta afirmación en un artículo de la misma época, "Inhibición, síntoma y angustia" (1925), e indica que la angustia de castración funciona en la mujer como el peligro de "la pérdida de amor de parte del objeto".
Si bien plantea la existencia de un Edipo completo en el niño, considera que en la niña es unívoco: sólo aparece el amor hacia el padre y la rivalidad con la madre, falta formular aún la relación inicial con la madre (punto crucial de la sexualidad femenina). En "Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos" (1925), Freud llega a una diferenciación fundamental:
Freud establece un punto de disimetría radical entre ambos sexos: mientras que el complejo de Edipo del varón se reprime por acción del complejo de castración, el de la niña es posibilitado e introducido por este último.
El complejo de castración es inhibidor de la masculinidad y promotor de la feminidad para ambos sexos, de allí que varíen sus consecuencias psíquicas en relación con lo que aquí Freud denomina una diferencia "anatómica" -tener o no un pene-. Pero esta anatomía no se reduce a los caracteres sexuales secundarios.
La acción de la castración produce una captura de la anatomía por lo simbólico, en tanto que introduce una inscripción significante de la oposición falo-castración que da una significación fálica al tener o no tener.
Ambos sexos tienen una mezcla de rasgos masculinos y femeninos, de suerte que -dice Freud- la masculinidad y la feminidad puras son construcciones teóricas de contenido incierto. La madre es el primer objeto de amor para ambos sexos. El varón conserva su elección en el Edipo; en cambio, la niña renuncia a la madre y se vuelca hacia el padre. Este cambio es la cuestión central que Freud examina sin dar una respuesta definitiva. En la prehistoria del complejo de Edipo de la niña el padre tiene un lugar secundario. Si bien existe -como en el niño- una masturbación genital precoz del clítoris, solamente en la fase fálica se cristaliza el Penisneid como manifestación del complejo de castración en la niña.
El niño pasa de la negación de lo observable al “horror frente a la criatura mutilada o menosprecio triunfalista frente a ella” en el momento de la resignificación de la amenaza de castración -ésta es la base de la degradación de la vida amorosa en el hombre-. En cambio, en la niña “en el acto se forma su juicio y decisión. Ha visto eso, sabe que no lo tiene, y quiere tenerlo” (“Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos", 1925). Se forma entonces el complejo de masculinidad -la esperanza de tener un día un pene- como formación reactiva. A partir de este artículo, el Penisneid cobra un valor estructural. Si bien Freud habla de la envidia al pene desde muy temprano, existe cierta evolución de este concepto. En 1905 Freud lo plantea como una reivindicación consciente: "quiero tener eso". En 1909 lo articula con el complejo de castración. En 1917 aparece como un deseo inconsciente, motor del "devenir mujer", que establece una ecuación simbólica entre niño y pene, y en 1925 es planteado por primera vez como un nudo irreductible de la sexualidad femenina, manifestación del complejo de castración.
Freud plantea el Penisneid como nudo irreductible de la sexualidad femenina, manifestación del complejo de castración que empuja a la niña hacia el Edipo y lo mantiene.
Existen distintas consecuencias psíquicas del Penisneid:
1. El sentimiento de inferioridad, como cicatriz frente a la herida narcisista que experimentó en su comparación con el hombre.
2. Los celos, rasgo de carácter que indica la persistencia, con un ligero desplazamiento, del Penisneid.
3. El aflojamiento del vínculo con la madre. Ella es considerada como la responsable de la falta de pene. Este aspecto es desarrollado en los años 30.
4. La represión de la sexualidad masculina, el abandono de la masturbación clitorideana, y el desarrollo de la feminidad. La niña resigna el deseo del pene para reemplazarlo por el deseo de un hijo y toma así al padre como objeto de amor.
La niña puede identificarse ulteriormente con el padre, abandonándolo como objeto de amor, regresar al complejo de masculinidad y fijarse en él. Freud distingue así dos tiempos en el complejo de masculinidad. La falta de motivo para la supresión del complejo de Edipo hace que éste desaparezca lentamente, por lo que se ve afectada la constitución del superyó: su nivel de lo éticamente normal es diferente y nunca tan implacable, tan impersonal como en el varón.