5. La elección de objeto de amor

En su artículo sobre el narcisismo Freud distingue dos tipos de elección de objeto de amor:

1. Según el tipo narcisista:

a) a lo que uno mismo es (a sí mismo),
b) a lo que uno mismo fue
c) a lo que se querría ser
d) a la persona que fue una parte del sí mismo propio.

2. Según el tipo del apuntalamiento (o de apoyo):

a) a la mujer nutricia
b) al hombre protector. 

El tipo narcisista indica que la elección de objeto está orientada por el modelo de la propia persona, del propio yo. En cambio, en el tipo del apuntalamiento se toma como modelo a la propia madre -o a algún sustituto que, al ocuparse del niño, se volvió el primer objeto sexual-, o el modelo del padre que protege. En realidad, en los dos tipos distinguidos por Freud se pone en juego el narcisismo, puesto que en el primero se toma como modelo al propio yo, y en el segundo tipo se ama al objeto que se ocupa del yo.

De esta manera, el amor no emerge de la nada sino que nace a partir de un modelo que lo determina, extraído de los primeros objetos de satisfacción. El modelo nunca es una totalidad sino que se trata de pequeños detalles extraídos de lo simbólico que condicionan la emergencia del amor. Se conjuga así narcisismo y rasgos simbólicos, que determinan la serie de elección de objetos que viene a ocupar el lugar del objeto perdido. Lo que Freud denomina Liebesbedingung, condición de amor, permite distinguir el objeto que cumple ese rasgo.

El amor narcisista expresa el valor que el objeto puede tener para el sujeto. Se establece así una economía libidinal que determina el valor que el sujeto se otorga a sí mismo en función del valor que ha tomado el objeto. 

Freud indica que la elección del hombre preferentemente es por apuntalamiento: toma a la madre como modelo del objeto de amor en la medida en que fue amado por ese objeto. Señala entonces la tendencia a sobrevalorar al objeto. Pero cuanto más se lo sobrevalora, más se empobrece el yo. El objeto capta la libido yoica, por lo que su propia estima disminuye. Es el prototipo de lo que Stendhaldenomina “enceguecimiento lógico”. Esta alta estima libidinal surge del narcisismo originario del niño, que es transferido hacia el objeto sexual.

La sobrestimación sexual es característica del enamoramiento y de la pasión amorosa, y esto puede involucrar tanto a los hombres como a las mujeres. 


Del lado de las mujeres, Freud indica que predomina el tipo narcisista. Las mujeres buscan ser amadas más que amar, y aman al hombre que cumple esta condición. La modalidad narcisista se declina de la siguiente manera. Aman:

1. A lo que uno mismo es: su propia imagen. Esto apunta a lo que Freud denomina el predominio del narcisismo femenino en las mujeres.
2. A lo que uno mismo fue: el objeto amado por su propia madre.
3. A lo que uno querría ser: un varón, en tanto interviene su identificación masculina. Este punto se aclara si se tiene en cuenta el valor fálico que adquiere una mujer en la medida en que es amada por el hombre.
4. A la persona que fue una parte de sí mismo: el propio hijo.

Freud indica que en las mujeres la sobrestimación recae sobre ellas mismas o sobre los hijos. El niño absorbe el narcisismo de los padres en la medida en que cumple la función de inmortalizarlos. A través de los hijos esperan cumplir sus sueños e ideales y les atribuyen toda suerte de perfecciones. El niño ocupa entonces el lugar del yo Ideal, soñado, determinado por la acción simbólica del Ideal del yo.

En definitiva, el amor para Freud siempre es una repetición de los antiguos objetos infantiles que determinan la manera de amar. Es por eso que dentro del dispositivo analítico puede considerar que el amor de transferencia es un verdadero amor y que la diferencia que se establece con la vida amorosa cotidiana es que el paciente repite ese antiguo amor infantil, cobrando una nueva significación transferencial, para recordar y elaborar antiguos puntos de conflictos infantiles. 


Gradiva

El modelo de esta manera de amar Freud lo ilustra en el examen del amor en su artículo sobre el libro La Gradiva de  W. Jensen (“El delirio y los sueños en la Gradiva de W. Jensen”, 1907). Freud se interesa en este trabajo por los sueños que jamás fueron soñados sino que fueron creados por los poetas y por los personajes inventados en la trama del relato. Norbert Hanold es un arqueólogo que descubre en Roma un bajorrelieve que le llama especialmente la atención. Se trata de una joven que está caminando de una manera inhabitual y con especial encanto. Hasta entonces el protagonista estaba completamente desinteresado por el sexo femenino. 

Después del encuentro con este bajorrelieve, sueña que Gradiva, el nombre que le confiere a esta doncella, era su contemporánea sin que él lo supiera. Estaba convencido de que ella había vivido en la sepultada Pompeya. Mientras se sumergía en estos pensamientos, ve caminar por la calle a una joven con un paso característico y una figura similar al de su Gradiva. Turbado, se lanza en su búsqueda sin encontrarla. Decide entonces viajar a Italia para buscarla. 

Se dirige de inmediato a Pompeya, tras las huellas de los pasos de Gradiva. Para su sorpresa, la encuentra entre las ruinas y se dirige a ella en griego convencido de que se trata de un espíritu. La joven le contesta que para hablar con ella era preciso que lo hiciera en alemán. Norbert continúa dirigiéndose a ella como si fuera una figura incorpórea venida de otro mundo. Ella acepta su delirio, y dice Freud que probablemente lo hacía para librarlo de él. La historia concluye en que Zoe, tal es el nombre de la pretendida Gradiva, era en realidad una amiga de la infancia de Norbert que él no reconoció pero que distinguió por su particular manera de andar.  

Freud concluye que el bajorrelieve antiguo le despertó el recuerdo olvidado de la persona que Norbert había amado siendo niño. Compara el efecto que produce la escucha de Zoe del delirio de Norbert con el metódo catártico utilizado junto a Breuer y que luego se transformó en psicoanalítico. Dice: “Todo tratamiento psicoanalítico es un intento de poner en libertad un amor reprimido que había hallado en un síntoma una lamentable escapatoria de compromiso. Y la coincidencia con el proceso de curación descrito por el poeta en Gradiva llega al máximo si agregamos que también en la psicoterapia analítica la pasión vuelta a despertar, trátese de amor o de odio, escoge siempre como objeto a la persona del médico.”  

El amor siempre es una repetición de antiguos clichés infantiles. En la transferencia, el paciente repite su manera de amar. Por lo tanto, como lo ilustra el amor hacia Gradiva, sólo se puede amar repitiendo. Lo que varía es el uso y la respuesta del analista a ese amor, puesto que Freud plantea que al paciente se lo invita a elaborar y no tanto sólo a repetir ese amor. En el artículo “Observaciones sobre el amor de transferencia” (1915), Freud se pregunta si es real o no el enamoramiento que se produce durante la cura del paciente hacia el analista. Indica que la resistencia no creó ese amor sino que lo encontró allí y que, como todo enamoramiento, “consta de reediciones de rasgos antiguos y repite reacciones infantiles.” (p. 171). Concluye entonces que este amor es tan genuino como cualquier otro pero lo que varía, como lo señalamos ya, es la posición del analista frente a estos requerimientos amorosos.

El amor nace a partir de un modelo que lo determina, extraído de los primeros objetos de satisfacción. Pequeños detalles desde lo simbólico condicionan la emergencia del amor.